Nobel para Santos



En mi opinión, muy merecido. El Presidente de la República se la ha jugado por la paz de Colombia en los últimos seis años, y era justo que su trabajo tuviera una compensación; por lo menos de este estilo: a través de un galardón de alto prestigio.

El 2 de octubre el pueblo se pronunció de manera negativa sobre los acuerdos entre el Gobierno y las Farc, un batatazo a esos esfuerzos que ha hecho el Presidente por conseguir la paz de nuestro país. Los opositores –encabezados por el expresidente Uribe- aseguran que los acuerdos son “dañinos para la democracia” y que enhorabuena fueron negados por los colombianos. Grave, se creó un limbo jurídico, no hay acuerdos válidos –aunque sí existen- y no hay forma de continuar con el proceso de paz, por lo menos como se venía llevando.

Se han creado varias comisiones –como siempre en Colombia- para resolver este entuerto, que en mi opinión solo beneficia a los opositores de Santos. Si el pueblo colombiano hubiera votado “SÍ” a los acuerdos de La Habana, las Farc y el Centro democrático hubieran pasado a mejor vida, mejor dicho, hubieran desaparecido del panorama político. Pero, al emerger el “NO”, tanto las Farc como el Centro democrático siguen vigentes en nuestro hábitat de poder en Colombia.

Como caído del cielo, el Comité Noruego del Premio Nobel le concedió este galardón a Santos; le dio más que respiración “boca a boca” al proceso, y de cierta forma, le da cierto revestimiento espiritual a la figura de nuestro Presidente; lo colocaron a la misma altura de gente como Nelson Mandela, la Madre Teresa de Calcuta, el Dalai Lama, y otras figuras de talla mundial que también han sido premiados con el Nobel.

Hasta el viernes los del NO se regodeaban con su pírrico triunfo del domingo anterior, aunque en realidad no habían ganado nada, solo se habían cruzado como vaca muerta en el sendero de la paz. El viernes todo cambió otra vez; Santos no cabía de la alegría cuando aceptó el premio, y con optimismo vemos que el proceso adquiere nuevamente vida, después de estar en el área de cuidados intensivos.

Uribe, el expresidente, pensó que su triunfo del domingo 2 de octubre era suficiente para destruir ese proceso que lleva seis años. Colombia ya no estaría a merced del Castro-Chavismo, ni del Socialismo del Siglo XXI, ni de los ideólogos de género –que promueven el homosexualismo y la destrucción de la familia-, ¡qué felicidad! Pero pronto se le empezó a borrar la sonrisa de la boca al líder del Centro democrático: la marcha de los estudiantes del 5 de octubre fue impresionante, monumental, emocionante, los jóvenes salieron a las calles a defender su futuro en paz.

Al día siguiente se supo, por boca del señor Juan Carlos Vélez Uribe, que el NO había utilizado –presuntamente- propaganda negra para calumniar los acuerdos de La Habana, que se había soltado una que otra mentirita piadosa para echarle agua sucia al proceso de paz, y que todo el objetivo era destruir esos acuerdos, lo cual reñía con la consigna de los líderes del NO: “Queremos la paz pero no regalándole el país a la guerrilla, toca renegociar con las Farc.”

Hoy, una semana después del plebiscito, Santos sonríe plácidamente, preparándose para ir a Oslo a recibir el Nobel en diciembre. Tiene un fuerte espaldarazo de la comunidad internacional, los del “NO” no saben cómo desmentir las supuestas confesiones de Vélez Uribe, y el proceso de paz con las Farc curiosamente hoy está más fortalecido que nunca.

Bien por Santos y por Colombia; este país no aguanta un muerto más por culpa de la guerra que se vive en nuestros campos y ciudades; desmovilizar a 6.000  guerrilleros tiene un alto costo para la institucionalidad colombiana, pero ese costo está compensado con la paz. Las Farc no fueron derrotadas en el campo de batalla y hacerlo requeriría de cinco años y cien billones de pesos más. Absurdo. Por eso se llevó a cabo un proceso de paz y no un proceso de rendición como quisieran  muchos. El problema es que esto no es un juego, la guerra destruye vidas reales, y genera heridos reales, y miseria real, no virtual. Es muy fácil pregonar la guerra desde un cómodo apartamento en el Norte de Bogotá, pero muy difícil soportar este conflicto en las zonas rurales donde se siente la zozobra, la muerte, el desplazamiento, la guerra. No es un tema de “mamertos” ni de “fachos” es un tema práctico y ético. El Nobel nos cae desde el cielo a los colombianos que queremos vivir en paz de una vez por todas, en un país donde todos quepamos: los de derecha, los de izquierda, los de centro, los blancos, los negros, los indios, los mestizos, los heterosexuales, los homosexuales, todos. El problema es que hay una gente que no quiere esto, que quiere ver a Colombia todavía en el período colonial, y que no se ha dado cuenta que estamos en la segunda década del siglo XXI.

1 comentario:

orleni dijo...

Que pena pero, que apologia hace cuando concluye que de haber triunfado el SI, el Centro Democrático habría pasado a mejor vida, ya no existiría? Eso es secuela de la paz? Mejor vida como significado de extinción. Eso es la democracia que continuaría bajo el regimen y tiranía de Juan Manuel Santos y las farc?.. Todo esto y mucho más que no vale ahora repetir, hicieron que el pueblo Colombiano en su soberanía y así sea "pirricamente" pero tal cual lo dice el artículo 3 Constitucional, rechazara el acuerdo leonino que Santos había suscrito con las farc...A propósito la historia da cuenta de presidentes que lo han sido por "pírricas" diferencias, pero por eso no dejan de ser presidentes...Que pena con esa conclusión! Finalmente, qué sabor tiene un premio nobel de paz sin paz? Que despropósito la comparación que se hace con Nelson Mandela, etc.