En el día de ayer, el rey
de España don Juan Carlos I de Borbón anunció su decisión de abdicar al trono.
Será sucedido por Felipe, príncipe de Asturias. Inmediatamente se desató lo que
todos esperaban, las voces a favor y en contra de la sucesión monárquica.
Es probable que el único
hijo varón del saliente rey se convierta en el nuevo jefe de Estado. Los
partidos políticos mayoritarios en España -el PP y el PSOE- al parecer, están
de acuerdo con la coronación del Príncipe, y los republicanos –quienes reclaman
un referendo- se quedarán con las ganas de ver a España convertida en una
democracia plena.
En tiempos recientes, los
monarcas de Holanda y Bélgica también abdicaron al trono; y eso sin contar con
la estruendosa sucesión en el trono de Pedro en el Vaticano. Muchos se
preguntan: ¿Qué pasará en el Reino Unido? ¿Cuándo le dará pista la reina Isabel
II a su hijo Carlos?
La monarquía en los
actuales tiempos está limitada, es cierto, en los países europeos –y algunos
asiáticos- las constituciones establecen fronteras que frenan el poder absoluto
de las mismas, y estas les entregan a los ciudadanos la facultad de elegir al
jefe de Gobierno a través de elecciones mediante voto popular. Las monarquías
occidentales, y algunas orientales, ya no son absolutas, y mucho menos inmoderadas.
Sin embargo, todavía
prevalece un tufillo aristocrático y clasista en esa institución que está
haciendo crisis por lo menos en Europa. Los españoles han tolerado durante más
de 39 años que Juan Carlos I de Borbón sea el jefe de Estado. El dictador
Francisco Franco lo puso en el poder, es así de sencillo, saltándose al padre
de aquel, don Juan, conde de Barcelona. Posteriormente, en 1978 se emitió una
nueva constitución que legalizó la monarquía, y que formalmente convirtió al
país ibérico en una monarquía parlamentaria. El 23 de febrero de 1981, un grupo
de militares adeptos –aparentemente- al fallecido dictador Franco, trataron de
dar un golpe de Estado y retrotraer las cosas al pasado. El Rey, en la
madrugada del día posterior al inicio del levantamiento, desautorizó a los
golpistas y declaró su plena adhesión y lealtad a la Constitución. Don Juan
Carlos se convirtió en el héroe de la jornada, y durante los años posteriores
encarnó la figura del defensor de la democracia española.
Sin embargo, ya han pasado
tres décadas –casi cuatro- desde aquella famosa alocución televisiva donde el
Rey mostraba su faceta “democrática”; y después de sucesivos gobiernos en manos
del PP y del PSOE, las cosas en España se han complicado en gran medida.
Cataluña pretende la independencia plena, y la crisis económica ha dejado
serias cicatrices en el tejido social (como el mismo Rey lo advertía en el día
de ayer, al anunciar su abdicación), lo que ha generado una seria oposición al
status quo imperante en la Península.
Hay que aceptarlo, el
movimiento republicano busca que España se convierta en una democracia plena,
sin jefes de Estado elegidos por motivos de sangre, sino por voto popular. Las
monarquías representan esa clase dirigente aristocrática que no ha conocido lo
que es la pobreza, el desempleo, la falta de educación y de salud, y la
exclusión social. Es una figura odiosa para muchos españoles, y para muchos
europeos.
No tiene sentido que en
pleno Siglo XXI exista un sistema político que legitime el poder por el derecho
de sangre. Es absurdo, sin embargo es una realidad que todavía sobrevive en
varios países del mundo, incluyendo a Reino Unido, Japón, Arabia Saudí,
Dinamarca, Holanda, Bélgica, Mónaco, entre otros. La tradición, la historia, el
espíritu nacionalista, y la estabilidad política son algunos de los argumentos
que dan los monarquistas para justificar la existencia de este sistema. Todos
esos argumentos admiten réplica; pero hay que aceptarlo, en esos países la
monarquía todavía cuenta con no pocos adeptos entre los ciudadanos. Es
respetable.
Es probable que Felipe,
príncipe de Asturias, se convierta en el nuevo monarca español. Sin embargo,
estoy de acuerdo con lo que manifestó el columnista del diario El País Juan
Luis Cebrián, cuando recomendó en uno de sus escritos que el nuevo rey se
someta a un referendo para legitimar su posición, y así entrar fortalecido a
ejercer como soberano. Su padre tuvo un intento de golpe de Estado que le
dio gasolina para seguir como rey. Felipe, en las actuales circunstancias necesita
también un empujón para que su mandato no se erosione con extrema velocidad,
algo que le dé en qué apoyarse, y eso puede ser la democracia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario