Hace algunos días, alguien
me preguntaba a través de mi cuenta de Twitter sobre lo que yo pensaba del
proceso de paz que actualmente está impulsando el presidente de Colombia Juan
Manuel Santos. Era una persona extranjera –no colombiana- la que me hacía la
pregunta; y yo le contesté que en ciento cuarenta caracteres era muy difícil
hablar sobre un tema tan complejo como este.
¿Quién soy yo para hablar
sobre este tema? No soy político, no soy una persona con poder económico, no
soy sindicalista, ni representante de algún gremio de la producción; soy una
persona común y corriente, de la calle. Sin embargo, creo que todas las
personas por muy altas o por muy bajas responsabilidades que ostenten tienen o
deben tener una opinión sobre este asunto tan importante para el futuro del
país.
Mi opinión, la que voy a
dar ahora, es una posición personal; no es una opinión basada en intereses
políticos, económicos o aspiraciones personales; es una declaración sincera de
un ciudadano más, de un colombiano más.
Los políticos muy
hábilmente señalan lo siguiente: “Todos queremos la paz”, y es elemental, todos
queremos la paz, el problema es cómo obtenerla. Nuestro país ha vivido en
guerra desde la independencia de los españoles, salvo algunos períodos de
relativa calma, de resto, los fusiles, los revólveres, las armas de fuego, los
machetes, etc, etc, han llenado de sangre los campos y las calles de Colombia.
Por diferentes motivos: la división partidista, el modelo de Estado
(centralistas vs federalistas), el control de la tierra, el narcotráfico, la
lucha insurgente, el terrorismo, las bandas organizadas, la delincuencia organizada
y no organizada; mejor dicho, las balas han venido de todas partes y por
múltiples razones.
Ahora bien, el actual
presidente de Colombia, doctor Santos, le informó al país hace algunos años,
que había tomado la decisión de empezar unos diálogos con la guerrilla de las
Farc con el propósito de alcanzar la paz. Estos diálogos no han finalizado y en
La Habana (donde tienen lugar estas negociaciones) la cosa sigue moviéndose, y
la gente está impaciente para que se llegue a un acuerdo o se rompan definitivamente
las conversaciones.
En primer lugar, creo que
esto es un tema político, es un tema de poder, de manejo del Estado; y que los
colombianos, cuando decidieron en 2014 respaldar la reelección de Juan Manuel
Santos como presidente, lo hicieron respaldando su decisión de llevar a cabo
estas negociaciones en La Habana. El Presidente está legitimado –por lo menos
políticamente- de continuar con este proceso. Sin embargo, así como
políticamente tiene un respaldo mayoritario, también tiene una buena porción
del espectro de poder del Estado en contra, representado por el movimiento que
lidera el expresidente Álvaro Uribe. Así están las cosas; y yo creo que para
poder llegar a buen puerto hay que tener en cuenta todas las opiniones, incluso
las de las personas que se oponen a este tema.
Segundo; el Presidente
cuenta con un respaldo político importante, y con una oposición que no puede
ser ignorada. Esto es, es cierto que los colombianos estamos cansados de la
guerra, de las balas, del derramamiento de sangre, pero también es cierto que
hacer la paz no puede consistir en resquebrajar valores tan importantes para
una sociedad como la justicia, la dignidad humana de las víctimas y sus
familiares, y el futuro del derecho en Colombia. No se puede hacer la paz a
cualquier precio, porque se corre el peligro se desactivar un conflicto
presente pero dejar abierta la puerta para un conflicto mucho peor en el
futuro, y eso nos lo van a reclamar las siguientes generaciones.
Tercero; la paz no es solo
llegar a un acuerdo con las Farc, también debe ser un tema que se extienda a
otros ámbitos de la vida social en Colombia. ¿Qué está ocurriendo con la
educación? ¿Con la salud? ¿Con la justicia? ¿Con la pobreza? Llegar a la paz,
también debe ser modificar estructuras caducas, anacrónicas, y realmente
modernizar este país a través de la transmisión de nuevos valores humanos como
la cooperación, la solidaridad, la hermandad, la honestidad, la lealtad, entre
otros. La paz debe ser también un tema espiritual, cultural, mental. Y creo que
a este proceso le falta esto, porque como ya dije, es un tema esencialmente
político, y ahí está uno de sus principales defectos.
Cuarto; es cierto que si se
suspenden lo diálogos volverá la guerra y nuevamente estaremos enfrascados en
un conflicto de nunca acabar. Debido a lo anterior, voces importantes de la
sociedad colombiana reclaman no desfallecer en La Habana, y que pesar de los
obstáculos el Gobierno y las Farc consigan firmar definitivamente un acuerdo de
cese al conflicto con esta guerrilla y desmovilización definitiva de los combatientes
que se mantienen en la insurgencia. A esto también le apuesta la comunidad
internacional; Estados Unidos, Venezuela, Ecuador, Noruega, Cuba, y todos los demás
países que apoyan este proceso de paz quieren ver unas negociaciones
definitivas y exitosas entre el Gobierno y las Farc. El proceso de paz cuenta
con un respaldo importante interna y externamente; Santos no puede desperdiciar
esta oportunidad. El reto para el Presidente no es acallar las voces opositoras
sino tratar de incorporar sus puntos de vista a la mesa de diálogos.
Quinto; el futuro de
Colombia es lo que está en juego. Las futuras generaciones; ¿qué tipo de país
le vamos a dejar a nuestros hijos, a nuestros nietos y más allá? Si se realiza
un diálogo exitoso y se desactiva la guerra es probable que nos ahorremos una
buena cantidad de dinero en armas, en municiones, en uniformes; sin embargo, si
la negociación es deficiente, ese mismo dinero que nos estamos ahorrando ahora
lo tendremos que gastar en un guerra peor en el porvenir. El proceso de paz es
político, pero si se queda solo allí en el ámbito político, puede ser un
acuerdo imperfecto, y eso es muy peligroso. Debe ser un proceso de paz
acompañado de nuevas actitudes hacia la sociedad, hacia la economía, hacia el
campo, hacia la realidad en general.
Los colombianos no podemos
reclamar que se lleve a cabo una negociación exitosa si no hacemos mea culpa de
nuestros propios errores; los políticos nunca le dicen a la gente que también son
responsables de lo que está ocurriendo porque eso significa perder votos,
perder apoyos. Pero es cierto, necesitamos que los colombianos miremos en
nuestra vida cotidiana sobre si tenemos comportamientos y actitudes que ayuden
a crear paz; ver si somos tolerantes, si somos compasivos, si somos solidarios.
De lo contrario, el germen de la guerra seguirá creciendo; y el conflicto se
seguirá manifestando de una u otra forma. Ojalá Colombia pueda alcanzar la paz,
todos lo queremos, todos lo añoramos; para que este país se impulse definitivamente
hacia el desarrollo y podamos alcanzar un bienestar para la colectividad en
general.
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