No se trata de hacer
proselitismo político a favor de nadie; aunque el autor de este escrito está
muy tentado a votar por uno de los candidatos que se están presentando en la
actual contienda para la Alcaldía de Bogotá. Mejor dicho, mi voto ya está
definido.
Sin embargo, no consiste en
eso, se trata de hacer una pequeña reflexión sobre el tema de las ciudades, de
los microEstados, de la política, de la moral, de la corrupción.
En Bogotá –la capital de
Colombia- ya vivimos más de ocho millones de personas, la ciudad más importante
del país por tamaño y por el peso que tiene en las finanzas nacionales. Bogotá
es un motor económico, ya dejó de ser una ciudad para convertirse en una
metrópoli. Sin embargo, su desarrollo ha sido desordenado, expuesto a intereses
políticos egoístas y mezquinos y a la corrupción.
Los bogotanos estamos
cansados de la inmovilidad del tránsito, de la basura, de la inseguridad, del
desorden, del caos, de la anarquía, y de la incertidumbre sobre los grandes
proyectos que necesita esta ciudad.
En los últimos ocho o diez
años gobiernos de corte izquierdista han gobernado la Capital, sin embargo, el
problema no ha sido ese. El problema no es que la izquierda haya gobernado
Bogotá, y que ahora necesitemos a la derecha para que “ponga orden”, no, el
problema es más delicado porque tiene que ver con toda la cultura política de
los colombianos, con la moral de los colombianos, lo que se refleja en el
gobierno que tiene Bogotá.
Las ciudades, en la era de
la globalización, del Nuevo Orden Mundial, van a adquirir más importancia de la
que ya han tenido; es curioso porque a nivel macro-estatal se generan
Súper-Estados como la Unión Europea, pero a nivel doméstico las ciudades
adquieren una mayor preponderancia porque la civilización humana ha dejado de
ser rural para ser urbana. Los seres humanos ya no salimos a cazar, a ordeñar
las vacas, a pescar; no, los seres humanos vivimos metidos en estos núcleos de
cemento y de ladrillo llamados ciudades, donde compramos todo en supermercados y
grandes superficies, donde nos movilizamos en Metro o en Transmilenio, o en
carro. Las ciudades son los núcleos humanos por excelencia; y por lo tanto, se
han transformado en miniEstados, como lo fueron las polis griegas.
Los gobiernos de las
ciudades también han adquirido mucha importancia, y el gobierno de Bogotá sí
que ha adquirido relevancia. Es el segundo cargo administrativo más importante
de la rama ejecutiva en Colombia, después del de Presidente de la República.
Elegir a un buen alcalde para Bogotá es crucial, necesario, porque ocho
millones de personas dependemos de vivir mejor si se toma una buena decisión.
En Colombia funciona –por lo
menos en el papel- un sistema político democrático, donde el voto popular
determina quién va a manejar nuestra ciudad por los próximos cuatro años. El
problema de la democracia, como decía Churchill es que “es el peor de los
sistemas políticos con la excepción de los demás”; la democracia es el sistema
que funciona en Colombia para elegir a nuestros gobernantes, nos guste o no nos
guste. Para que la democracia funcione bien tiene que haber cultura política,
educación, civismo, moral, una actitud ante la vida; y el problema es ese
precisamente, que en Colombia carecemos notablemente de todo esto.
La educación en Colombia –y
ya me cansado de repetirlo- está mal, no porque no haya la cobertura necesaria –que
no la hay-, sino porque lo que se transmite en conocimientos no basta para construir
una sociedad próspera, pacífica, fraterna y humana. En nuestro país no se están
transmitiendo en las aulas de clase, ni en los hogares, ni en la cultura, los
valores que se requieren para levantar una sociedad humana de avanzada, de vanguardia,
moderna y de cara a los nuevos retos que afronta la humanidad; el tema del bilingüismo
y de la tecnología no bastan para crear una nueva sociedad de tal estilo, y me
temo que nuestros gobernantes están convencidos que sí.
La formación en valores en
el hogar, en la calle, en los medios de comunicación, en los colegios, en las
universidades, en el trabajo, etc, es indispensable para transformar a Colombia
en una sociedad humana avanzada. Como en Colombia funciona la democracia, la
gente que va a votar por alcalde de Bogotá lo va hacer pensando en su propio
interés y en base a su propia cultura política, que prácticamente no existe en
nuestro país. Por dar un dato escalofriante: el 70% del voto en Colombia es
voto amarrado, voto clientelista, de las mafias de la politiquería, y solo el
30 % de los votos es voto de opinión, no amarrado. En Bogotá, sin embargo, el
voto de opinión es más importante que en el resto de Colombia pero no basta.
Muchos dicen que Bogotá
necesita un gerente, yo creo que necesita un Alcalde. Una persona que determine
los grandes lineamientos políticos, administrativos, económicos, y sociales de
nuestra urbe; que sea un ALCALDE (en mayúsculas), y no simplemente un futuro Presidente
de la República en ciernes. Porque Bogotá se ha convertido en eso, en una
plataforma política para que los que quieran llegar a ser Jefes de Estado pasen
primero por el Palacio Liévano. No, Bogotá necesita un Alcalde 24 horas al día,
que sepa de urbanismo, que haya estudiado urbanismo, que tenga experiencia
basta en administración pública, que sepa administrar ciudades y que no sea
simplemente un político más; que sea un administrador, pero también un líder,
que tenga visión de futuro para Bogotá no solo para los próximos cuatro años,
sino para los próximos diez, veinte o treinta años. Que sea un soñador con los
pies bien puestos en la tierra, que tenga don de mando; que no le importe tomar
medidas impopulares para molestar a unos cuantos poderosos, pero que van a
beneficiar a la gran mayoría; que sea un Alcalde ecológico, que piense en
respetar a los animales, que sea honesto, que sea íntegro, que sepa lo que
hace.
Los bogotanos tenemos la
oportunidad de volver a embarrarla, pero ojalá que los espíritus del bien y de
la sabiduría nos bendigan para tomar una buena decisión. Somos ochos millones
de personas apiñadas en este lugar llamado Bogotá; si no tomamos una buena
decisión, en diez años las cosas estarán muy mal, y nuestra ciudad será
invivible. ¿Queremos que eso ocurra? Yo no quiero eso para mi amada Bogotá, por
eso, con la mente, con el corazón, votaré por una opción que me parece la más
acertada. Espero que todos, antes de votar, consulten las hojas de vida de los candidatos, su palmarés, su
preparación, sus propuestas, su talante, su récord en administración pública.
Sería una buena cuota inicial para transformar no solo a la capital de
Colombia, sino a todo el país.
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