La sanción penal, nos
enseñan los especialistas, tiene varios objetivos. Por un lado, es punitiva,
esto es, que es un castigo, que es como una especie de venganza, o vindicta,
como dirían los romanos. De hecho, la sanción penal –como castigo punitivo- se
deriva de la antigua ley del Talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Sin
embargo, desde la Revolución francesa la sanción penal ha adquirido otros
objetivos o matices, su naturaleza se ha ampliado; esto es, que ya no solo
tiene como finalidad “vengarse” o castigar al culpable de un delito, sino que
ha adquirido otras funciones más prácticas y humanas como las de disuadir y
resocializar al delincuente.
En general, en el mundo occidental
el castigo penal habitual es la pérdida de la libertad, ir a una cárcel. La
responsabilidad penal tiene como finalidad proteger los bienes jurídicos más
preciados por la sociedad. El castigo o sanción penal, entonces, es el más
gravoso dentro de los distintos tipos de corrección que puede llevar a cabo la
sociedad contra un individuo. Sin embargo, en otros países no es así todavía,
la pena de muerte es aplicada aún en Oriente y en Estados Unidos, convirtiéndose
allí en la sanción más gravosa, más delicada.
Las cárceles son los
lugares destinados a que los sancionados con pena privativa de la libertad
cumplan su pena allí. Por un lado, se castiga al delincuente; por otro lado, se
disuade al resto de la sociedad de cometer delitos; pero también, se busca
rehabilitar al convicto, reformarlo, insertarlo de nuevo en la sociedad.
Aunque, cuando se impone la cadena perpetua, este último objetivo queda
totalmente desvirtuado.
Muchos piensan que el
derecho penal no sirve, que es inocuo, que es irracional; sin embargo, yo creo
que esta es una postura extrema que se basa exclusivamente en las razones que
llevan a cometer un crimen: pobreza, desequilibrios psicológicos, mala
educación, tendencia al delito, inmoralidad, etc. Los abolicionistas del derecho
penal piensan que deben subsanarse principalmente las razones que dan lugar al
delito, y dejar en el olvido o proscribir el castigo porque es una solución
demasiado violenta, anacrónica o inútil.
Hoy en día, como ya
dijimos, la pena tiene estos tres objetivos: castigar, disuadir y resocializar.
Sin embargo, las cárceles –en su gran mayoría- no están cumpliendo con esta
última finalidad: la de resocializar. ¿Cuántas veces hemos escuchado en los
medios de comunicación que los establecimientos penitenciarios son universidades
del crimen? ¿Que los criminales menores que entran a la cárceles, al salir de
estas, terminan convertidos en doctores del delito? ¿Que en las cárceles
también se delinque? ¿Que las cárceles en Colombia están atestadas de gente? ¿Que
en las cárceles se irrespetan los derechos humanos de los internos?
Es verdad que quienes van a
estos lugares han cometido un error, y que en ciertos casos pueden ser errores
graves o muy delicados. La sociedad necesita castigar a estas personas; de paso
disuadir al resto de la gente para que no cometa esos mismos errores, y
adicionalmente, tratar de reformar al delincuente para que cuando salga a la
libertad sea una persona de bien. Las cárceles no pueden ser centros
vacacionales o recreativos, eso lo tenemos claro, pero tampoco pueden ser
establecimientos donde se amplifique el dolor y el padecimiento humano.
Dentro de la política
criminal de los Estados debe establecerse claramente un objetivo: que cualquier
persona que entre en una cárcel debe ser tratada con respeto y dignidad, y que
cuando salga de esta debe ser otra persona desde un punto de vista moral. Las
cárceles son el reflejo de la sociedad, si una comunidad está enferma la cárcel
mostrará este aspecto de la misma forma; en Colombia, por ejemplo, el hacinamiento
carcelario es excesivo; eso ocurre porque hay muy poquitas cárceles, y porque
las sanciones penales generalmente consisten en pena privativa de la libertad.
Sin embargo, es verdad que el Estado y la sociedad, en general, deben bregar
por anular las causas del delito y no por concentrarse en su castigo.
¿Qué lleva a una persona a
cometer un delito? Los criminalistas han respondido desde distintas posturas
históricamente. Unos dicen que se debe a una tendencia genética –el criminal
nato-; otros atribuyen la causa del delito a deficiencias culturales,
educativas y morales; y otros sencillamente le atribuyen a la pobreza ser la
principal causante de la delincuencia. Como ya dije, el Estado debe
concentrarse en anular estas causas, en generar una política criminal de
prevención y no en simplemente castigar; y por último, en humanizar los
establecimientos penitenciarios.
Perder la libertad ya de
por sí es grave, delicado; y si a eso le sumamos estar sometido a una tortura
debido a las condiciones del castigo, pues la pena se convierte en un infierno,
lo cual es inhumano. Estas personas no solo no terminan resocializadas, al salir
de la prisión, sino que llegan a ser verdaderos expertos en el crimen.
La sociedad debe
preocuparse un poco más por estas personas que están privadas de su libertad.
Debe concentrarse en destruir las razones que llevan a una persona a cometer un
delito, e invertir mucho más en la resocialización de los delincuentes. Es un
tema de humanidad, de compasión, de moral, de progreso.
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